Una de las gratas sorpresas que me ha brindado la biblioteca de mi universidad, es que entre sus miles de textos se encuentra la obra de Frank Arnau “Historia de la Policía” (Título original: Das Auge Des Gesetzes, Ed. Luis de Caralt, 1968). Mientras más reviso el contenido de este libro, más me convenzo de que es uno del los textos más completos y rigurosos en la descripción de ciertos aspectos fundamentales de la policía criminal.
Uno de los contenidos más interesantes, es el dedicado a la historia de la policía francesa, y en particular, a uno de sus grandes artífices “Eugène François Vidocq”.
Con el debido respeto que me merece la obra referida, dejo en este blog, la primera parte del relato que Frank Arnau construye en torno al místico policía francés:
“Entre las comparsas de la historia había un hombre que un día de lluvia del otoño de 1809 se presentó ante el director del departamento criminal de la policía de Paris, el comisario Henry. Después de vacilar durante largo tiempo, dijo su nombre: Eugène François Vidocq.
Al comisario el nombre le parecía conocido. Vidocq… un hombre con antecedentes penales, un penado que se había escapado repetidas veces.
Él buscaba la protección de la policía, porque había sido amenazado por sus colegas profesionales. En compensación, ofrecía sus servicios. Conocía los bajos fondos con sus más ocultos escondites. Estaba dispuesto a salvar su piel, vendiendo la de los demás.
Al comisario Henry la oferta le parecía interesante. Presentó el caso a su jefe, el conde Dubois. El prefecto estaba de acuerdo.
Con esto el criminal Vidocq se hizo agente secreto de la policía criminal. Existe toda una “literatura” Vidocq. Su vida llena tomos. Algunos los escribió el mismo, otros los hizo escribir.
Vidocq, hijo de un panadero, nació el 24 de julio de 1775, en Arras. Se fue al servicio militar, se lució en Valmy, en una borrachera derribó a puñetazos a su sargento, sirvió bajo diferentes nombres en otros regimientos, se peleó una y otra vez, luchó bajo el General Dumouriez en Jemmapes, desertó y se escapó del pelotón gracias a una amnistía general.
En 1796 fue a parar a la cárcel por haber excitado a la rebelión, estuvo a punto de ser decapitado en lugar de un aristócrata, se escapó gracias a la amante de un terrorista la cual se había enamorado del él, huyó, se alistó bajo el General Vandamme, fue nombrado oficial, se escapó, huyó tras la frontera, en Bruselas se encontró en mala compañía, descendió hasta llegar a ser un rufián, se probó de fullero, fue detenido, engañó a los gendarmes y se escapó, conoció al atracador Labbe, cuya banda llevaba el nombre “Les chauffeurs” (Los Fogoneros), porque torturabana sus víctimas encima del fuego hasta que éstos descubrían el escondite de sus fortunas y, equipado con papeles falsos bajo el nombre de “Rousseau”, ascendía al rango de un capitán, atacaba con merodeadores los cortijos solitarios y acabó en los bajos fondos de París.
Ganas de pelear, celos e impulsos desenfrenados le condujeron de nuevo a la prisión. Se escapó, fue detenido y llevado al presidio de Bicetre y fue, acusado de todos los crímenes imaginables, enviado a las galeras.
En diciembre de 1798, estaba encadenado por el cuello con dos compañeros del mismo destino, en un transporte de presos hacia el puerto de Brest. Pero, a pesar de una vigilancia rigurosa, logró escapar estando ya en el muelle. Pasó como un cargador más, llevando madera a la altura del hombro, tapándose así la cara entre los centinelas, se abrió paso de pueblo en pueblo hacia la costa, y terminó en la tripulación de un pequeño bote de piratas, que infectaba el Canal de la Mancha. La policía le cogió cuando estaban descargando objetos capturados. En 1805, Vidocq fue llevado para trabajos forzados a un barco de casamatas en Toulon.
A esto seguía una vida de vagabundo bajo otro nombre, detención, fuga, amores. Y al final, empezó una vida sedentaria, estableció una pequeña tienda, hasta que en otoño de 1808 le encontraron unos “viejos conocidos”. Él se negó a formar parte en una “empresa” planificada por ellos. Le amenazaban con denunciarle a gendarmería si no le prestaba su choche comercial, por lo menos durante una noche. Él aceptó.
Cuando volvió el cochecito, mostraba huellas de sangre. Un poco más tarde, circulaba la noticia de que un cochero había sido asesinado.
Vidocq vio el peligro. Sólo descubrió una salida: informar al jefe de la policía criminal y como equivalente por haberle hecho la vista gorda, entrar en servicios de la policía. De este modo Vidocq se volvió espía de la policía.
Eugène François Vidocq |
Para no despertar la sospecha de los criminales, se hizo detener por varios delitos. Los demás presos se volvieron comunicativos con él al considerarle compañero de destino. Él poseía una excelente memoria y un oído extraordinariamente fino. Sabía leer las conversaciones en los labios de los demás. Cuando había reunido suficiente material, bastaba una mirada disimulada hacia uno de los funcionarios vigilantes, y el preso Vidocq era llevado con las manos atadas “hacia el interrogatorio”…
Continuará…
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