29 septiembre, 2011

EL SHERLOCK DEL SIGLO XXI




El año 1887 se publicó la novela “A Study in Scarlet”, relatando las aventuras y peripecias del detective más conocido y recordado en el mundo: Sherlock Holmes. 

A pesar de los años que han pasado desde la aparición de este célebre investigador de crímenes; las repercusiones y efectos que han generado el relato de sus aventuras, han sido y seguirán siendo un constante aliciente para los amantes de las ciencias criminalísticas y los estudiosos del fenómeno delictual.

La ciencia de la deducción, de la que Holmes fue creador, basa sus métodos en los principios más fundamentales de la lógica y el raciocinio científico; los principales atributos del detective emergían de dicho aspecto. Sherlock se reconocía inteligente, pero no el más, sino que por el contrario, mayor estimación le atribuía a su temperamento a prueba de todo y a su persistente actitud enérgica para buscar indicios, relacionarlos con los diferentes testimonios y con las inspecciones de diversos escenarios del crimen.

Como una suerte de Julio Verne de la narrativa policial, Sir Arthur Conan Doyle, genio creador del detective consultor, instaló en la sociedad inglesa, y sobre todo en el ambiente policial de la época, la meridiana y fundamental relevancia de acudir a mecanismos y técnicas científicas en auxilio de la investigación policial, y así su notable investigador de misterios criminales se desenvolvía sutil y sagazmente en aquellos tiempos, sin embargo, si Sherlock Holmes viviera hoy, si se moviera entre nosotros, de manera natural y corriente, como un ciudadano más… ¿cómo operaría?

Dependiendo de los ingenios y diferentes ensoñaciones literarias que podrían resultar de tal ejercicio reflexivo, podríamos encontrar un Holmes de mil caras, gestos y actitudes distintas, pero si centráramos esas formulaciones a partir de las características más importantes de su personalidad, seguro nos encontraríamos con que el Holmes de hoy, sería un estereotipo del detective de la actualidad; y es que los caracteres más esenciales de su temperamento, encuentran lugar en la definición de los actuales investigadores profesionales.

Este aspecto tal vez, sea la virtud más sorprendente de Conan Doyle, crear hace más 120 años un prototipo de investigador policial, totalmente válido en el actual y moderno sistema de persecución penal.

Chile ha seguido dicha tradición, los detectives nacionales se forman y rigen sus carreras a partir de principios similares, la observación reflexiva, identificación de indicios, relación de evidencia física con diferentes testimonios y el carácter enérgico en la búsqueda de la solución al problema policial, son sus características trascendentales, las que sin lugar a dudas, tendría el Sherlock del siglo XXI.



17 septiembre, 2011

La criminalística, una ciencia mal entendida.




No han sido pocas las ocasiones en que revisando libros y manuales de criminalística, he encontrado una pequeña introducción, generalmente histórica, respecto del desarrollo de las ciencias criminales, y luego, empieza el texto a invadirse con una serie de técnicas y operaciones criminalísticas que, sin lugar a dudas, son de suma importancia, pero que no encarnan en ningún caso el sustrato fáctico que motiva el trabajo del investigador criminalístico.

Estos libros, generalmente, presentan técnicas de fotografía, huellografía, nociones de medicina legal, química forense, etc., pero nunca nos ilustran respecto del real proceso investigativo, del cómo se establece la concurrencia de un delito y se identifica a sus delincuentes.

Y es que de manera muy temprana, y de forma evidente, si aplicamos una perspectiva histórica, se ha desviado el verdadero sentido de la ciencia criminalística, ya que se han concentrado esfuerzos académicos e intelectuales en explicar las técnicas accesorias de la criminalística, pero rara vez se explica su método. Obras como las del célebre criminalista francés Edmon Locard, o la del connotado médico criminalista chileno Luis Sandoval Smart son un claro ejemplo de lo antes señalado. Ilustran de manera sistemática y ordenada las técnicas criminalísticas, nos muestran, pelos, sangre, huellas, pero no explican lo fundamental: cómo se investiga un crimen.

Pero no queremos parecer injustos, es necesario hacer presente, que esta deformación en el entendimiento de la ciencia criminalística puede explicarse a raíz del pretérito alejamiento de las técnicas científicas o el nulo conocimiento de aquellas por parte de los policías en épocas pasadas, dicha situación, la creemos superada, toda vez que las nociones básicas de resguardo de evidencias en la escena del crimen y otras materias similares, se encuentran (a través del cine, series de televisión, literatura, etc.) ya instaladas en el “inconsciente colectivo”.   

Ahora bien, ¿qué pasa hoy?, ¿entendemos que la criminalística es una ciencia?

La tendencia general nos llevaría a responder con un sí, sin embargo, si en el esclarecimiento de un caso no se ocupa una huella, ni tampoco fibras microscópicas o cabellos,  o ninguna de esas aquellas evidencias fantásticas o milagrosas que se han puesto de moda gracias a series televisivas como CSI, la respuesta parece desvirtuarse. 

¿Qué pasa si se resuelve un crimen, con la declaración de dos testigos objetivos, contestes en sus dichos, el reconocimiento fotográfico de uno de éstos y la declaración del imputado confesando los hechos?, ¿tiene validez dicha investigación? ¿se aplicó la ciencia criminalística en la resolución del caso?

La respuesta no podría ser más que un rotundo sí.

Y es que en el ejemplo precedente, lo que primó en la investigación fue la utilización del método criminalístico, y  de técnicas científicas para el tratamiento de los testigos y del imputado.

Pero ¿por qué cuesta creer que esto es ciencia, que es criminalística pura? Bueno, la respuesta puede ser que entendemos mal el concepto de ciencia y creemos que ella sólo se trata de ciertos estereotipos populares.

Uno de esos estereotipos, es que los científicos ocupan siempre bata blanca y trabajan en laboratorios. Se percibe a los científicos como personas que trabajan haciendo experimentos en equipos complicados, con propósitos fantásticos de trascendencia mundial. Es así, que se puede dar crédito de científico respetable a cualquier persona que trabaje en un laboratorio, aunque este sujeto sea poco imaginativo o sólo acumule datos en forma rutinaria.

El segundo estereotipo de los científicos consiste en que son individuos brillantes que piensan, elaboran teorías complejas y pasan el tiempo encerrados, alejados del mundo, concentrándose en sus problemas y teorías elevadas. Así le damos crédito, nuevamente, a este tipo de científico y alabamos su trabajo, aunque a veces carezca de sentido práctico.

El tercer estereotipo equipara erróneamente a la ciencia, con la ingeniería y la tecnología: la construcción de puentes, automóviles o misiles. El trabajo del científico, según este estereotipo, es sólo optimizar inventos y artefactos.

Todas estas nociones del científico, limitan al investigador criminal y lo alejan de la concepción científica que tiene en su esencia la criminalística.

Por lo anterior, es que debemos comprender en todo momento, que la investigación criminal es per se, en la génesis del concepto, investigación científica; aunque los detectives no anden con bata blanca, ni estén todo el día mirando un microscopio.

Entonces, ¿cómo debemos entender la ciencia para concluir que la criminalística es una disciplina científica?

Hay dos amplias visiones de la ciencia: la estática y la dinámica. La estática es aquella que parece influir en la mayoría de la gente, y consiste en que la ciencia es una actividad que aporta información al mundo.

Por otro lado, la visión dinámica de la ciencia, la considera fundamentalmente una “actividad”. El estado actual del conocimiento es importante, pero lo es, en tanto constituye la base para futuras teorías e investigaciones científicas. A esto se le llama visión heurística de la ciencia. La palabra heurística significa “que sirve para descubrir o revelar”.

¿Es la criminalística una ciencia heurística?

¿Es la investigación criminal una manera objetiva, sistemática y metódica de descubrir o revelar un crimen?

La respuesta parece evidente…





*Texto inspirado en el libro Investigación del comportamiento. Métodos de investigación en ciencias sociales. Fred N. Kerlinger y Howard B. Lee. Ed. McGraw-Hill. 4ta. Ed. Santiago.



14 septiembre, 2011

La increíble historia de Eugène François Vidocq. Segunda parte y final.

Los servicios que Vidocq prestaba a la policía criminal le garantizaban la seguridad, pero pronto empezó a encontrarse mal como preso. Las ventajas de que disponía eran insignificantes para no despertar la confianza de los otros presos. Vidocq tenía otra idea de la solución del problema. Quería ser más que un pequeño delator.
Intentaba convencer al comisario Henry de que en libertad podría prestar servicios más importantes a la policía, que los que le había sido posible en su aislamiento local. Henry presentó los planes de Vidocq al nuevo gobernador civil, el barón Etienne Pasquier. El jefe de la policía dio su aprobación.
Al principio del año 1811, se fugó Vidocq durante el traslado de la cárcel al tribunal. Esto era la versión que fue difundida por todas partes. Que la fuga había sido planeada, organizada y realizada con la ayuda del comisario Henry, sólo lo sabían los más estrechos colaboradores del director  de la policía. En su ambiente, Vidocq era considerado preso fugado. Esta era la fuerza de su posición de salida como agente secreto de la policía criminal.
Pocas semanas después de “haber logrado la fuga” a través de intermediarios, que le ofrecían dinero falsificado a precio barato, encontró las huellas de una banda de falsificadores. Gracias a las investigaciones de Vidocq, el comisario Henry pudo detener primero a Watrin y luego a Bouhin y Terrier. Vidocq había permanecido completamente en la oscuridad. Los tres falsificadores terminaron en el patíbulo. El éxito iba a cuenta de Henry. Ningún criminal sospechaba que el “preso fugado” estaba al servicio de la policía y había sido traidor.
Vidocq era uno de los primeros “policías preventivos del mundo”. A través de las informaciones que recibía de primera mano, muchos crímenes podían ser descubiertos ya durante su planificación o preparación.
Su campo de acción creció. Se transformó de un pequeño espía policíaco en un agente de investigación criminal. El comisario Henry le concedió la ayuda de dos funcionarios auxiliares. En 1812, disponía de seis, y en 1817 de doce asistentes. A pesar de las protestas de los funcionarios criminales cintra el creciente poder de un individuo que era perseguido por la vía requisitoria, dentro de la prefectura, la posición de Vidocq se quedó firme. Sus éxitos eran decisivos.



En 1818, Vidocq tenía su “propia” oficina. En la casa número 6 de la rue Sainte-Anne, que salía del Quay des –orfèvres, ocupó con un pequeño grupo cuatro habitaciones del antiguo edificio. Él era su propio amo. Pagaba a sus asistentes según le parecía. La policía ponía a su disposición los medios necesarios en una caja especial.
De esta “Oficina Vidocq” se desarrolló la actual “PJ” -Police Judiciaire-. Con esto, se había creado la auténtica policía criminal secreta, una “Sûreté” como anexo de la prefectura.
Vidocq realizó personalmente todas las investigaciones importantes. La policía actual se sirve sólo en casos muy raros del disfraz. El detective enmascarado y disimulado con maquillaje, peluca y barba falsa pertenece hace tiempo al terreno de lo ridículo. Pero en la época de Vidocq las circunstancias eran muy diferentes. Apenas existían medios auxiliares científicos para el hallazgo de huellas, su aseguramiento y su interpretación. El agente secreto dependía de su habilidad, su picardía y su arte de transformación. Vidocq poseía estas aptitudes en medida extraordinaria. Cambiaba su aspecto exterior mejor que muchos actores en el escenario, y en muchos caminos tortuosos había aprendido a representar una persona distinta con otro carácter, de manera que convencía en todos los papeles. No se conoce ni un caso en el que su arte de enmascararse hubiera fallado.
Se movía en cuchitriles oscuros y en buenas casas burguesas, en semilleros del vicio y en los palacios privados cuyos portales estaban adornados con famosos escudos. Bajo el nombre “Jules” era un visitante bien recibido del “Milieu” (ambiente de los criminales). Como “Monseiur Eugène” ocupaba con su madre y su favorita un bonito apartamento alquilado en la rue Neuve-Saint-François.
Pero los “Officier de Paix”, muy importantes para la administración policíaca, vieron en Vidocq una persona “extraña a su oficio” e indeseable. Los jueces de paz tomaban partido contra el “ya penado”. Pero la mano protectora de la autoridad le defendió.
Las actas policíacas de los años 1810 hasta 1827 muestran una fila inmensa de éxitos suyos. Él unió astucia, alevosía y un valor sorprendente con una decisión que nunca fallaba. Él limpiaba con pocos “confidentes” los más peligrosos cuchitriles de La Courtille. Cazó al fugado preso de las galeras Fossard, que durante años había sido buscado por toda la policía de Francia, encontró las piedras preciosas del joyero Sénard, que habían sido sustraídas de su escondite sirviéndose de la ayuda de una “monja” que, por cierto, veinte años de su vida no los había pasado en la soledad de un claustro sino en las cárceles.
Vidocq, fue un fiel servidor de la policía de Napoleón, siguió siéndolo bajo Luis XVIII. Él era policía, policía criminal, y sólo policía criminal.
Su fama creció. Se pedía su consejo cuando se trataba de aclarar casos especialmente difíciles. Su olfato era infalible.
Cuando se encontraba con el jefe de la policía del palacio real, el marqués de Chambreuil, las pequeñas células grises del cerebro del jefe de la “Sûreté” empezaron a trabajar febrilmente. Vidocq charló un rato con su colega aristocrático. Era curioso. La voz, la postura, los ojos y cuando el marqués se alejó lentamente, desaparecieron las últimas dudas de Vidocq. Era la manera de andar del hombre que había visto con cadenas, entonces -hacía mucho tiempo-, antes del traslado a las galeras.
Vidocq no vaciló. Detuvo al marqués a pesar de las graves protestas. Después del registro de su domicilio que fue realizado con permiso del rey, presentó el material de pruebas contra el falso marqués, quien hábil había sabido hacerse subir de las olas de la turbulenta época, hacia aquella alta sociedad formada de marqueses auténticos, jefes de policías falsos, princesas y favoritas.

Pero las sombras del pasado no se dejaron retener. Sus enemigos intentaron hacerle caer. En las fiscalías en el despacho del gobernador civil, Conde Julien Anglés, y en el Ministerio de Asuntos Interiores se recibían acusaciones contra el forzado, que estaba perseguido por vía requisitoria y condenado a fuerza de ley, Vidocq, Eùgene-François, director de la “Sûretè” de París.

Las altas autoridades no accedieron. Un “Sieur” de Vidocq, juzgado hace más de veinte años, se había fugado probablemente pero había pasado ya mucho tiempo y era imposible realizar unas investigaciones con posibilidad de éxito. Además, el Ministerio de asuntos Exteriores declaró que ignoraba que un tal “Sieur” Vidocq fuera jefe de la policía secreta.
Y oficialmente el ministro del Interior no sabía realmente nada de la “Sûretè”, de Vidocq, la cual, con fundada razón, era un departamento aparte, como lo demostró precisamente la declaración del Ministerio. Oficialmente no existía Vidocq. Pero para hacer más acusaciones contra Vidocq sin razón de ser, al jefe de la “Sûretè” le fueron perdonadas a título de gracia todas sus condenas de aquellos oscuros tiempos de Bicètre y Brest y Toulon. Las sombras del pasado no desaparecían, pero ya no significaban peligro.
Se calculó que Vidocq, por sus extraordinarias capacidades criminalísticas, había conducido a más de cincuenta criminales a la guillotina. Ya no vivía en su modesto apartamento, sino en una casa privada en la rue l’ Hirondelle en la Place St. Michel. Recibía a muchos visitantes poco vistosos e indefinibles, tanto hombres como mujeres. En la vecindad se murmuraba de individuos raros que aparecían a horas intempestivas. Vidocq llegó a ser legendario, aún durante su vida.

Pero al tiempo no se paró. Nuevos personajes ocupaban los altos cargos. Y tenían en su séquito a sus propios protegidos. El siempre misterioso jefe envejecía. No tenía más que cincuenta y dos años peo al principio del siglo XIX con sesenta años ya se era un anciano. Y Vidocq había vivido cien vidas. Cuando por orden del gobernado Guy Delaveau, por motivos insignificantes, se le hicieron reproches, se decidió a presentar la dimisión. El día 20 de junio de 1827, escribió su solicitud para retirarse. Parecía seguro de sí mismo y orgullos, aunque un oído fino habría notado la resignación.
En 1828, Louis Debelleyme fue nombrado prefecto de la policía.
El reorganizaba toda la administración policíaca. Para todos los puestos de importancia los pretendientes, sobre todo lo inspectores y comisarios, tenían que pasar por una sólida escuela especial y aprobar unos exámenes estatales. El nuevo prefecto de policía no valoraba demasiado el trabajo de los secesionistas.
Con su posición como jefe de la “Sûretè” Vidocq había perdido influencia y amigos. Como ya no  se le temía, se podía sospechar de él. Apenas se había cambiado a si villa en Saint-Mandé, cerca de Vicennes, cuando empezó la vigilancia en torno a él. La casa… el costo de la vida… los amores...Todo esto tenía que haber costado una fortuna. Naturalmente, existía una explicación sencilla. Había sido “cobiechado” de criminales, que así se compraban su libertad. Seguramente, habían ido a parar a sus manos muchos objetos robados que no habían sido encontrados.
Un año después de su dimisión, publicó sus memorias. El manuscrito, repasado y corregido por varios correctores, causó un desengaño. Con estas memorias de Vidocq empezó el caudal de historias auténticas, semiauténticas e inventadas sobre él.

El ex poderoso policía fundó una fábrica de papel. No tuvo éxito. En tiempos de la revolución de 1830 a 1831 encontró de nuevo el camino hacia la policía secreta. Pero sus enemigos no descansaban. Vidocq, que ya rayaba en los sesenta, lo sabía y tenía ya nuevos planes para el caso de su dimisión. Casi un cuarto de siglo antes de Pinkerton, fundó una policía privada e hizo colocar un letrero comercial en la puerta de su casa del número 12 de la Rue Cloche.Perse: “Le Bureau des Renseignements. E.-Fr. Vidocq”.
La idea fundamental era una anticipación al futuro y oficial registro central de penales. Vidocq hizo una lista de todos los condenados, y  también otra de los sólo sospechosos. Suministraba a comerciantes, financieros, negociantes y otros interesados informaciones confidenciales.
Sus mejores clientes eran los prestamistas, mejor dicho, los usureros. Aprendía sus métodos, empezó a gustarle este tipo de negocios, y pronto pertenecía a los más duros negociantes de letras de París. Transformó su agencia de detectives en una oficina formal de informaciones generales y aceptó “encargos privados de toda clase”.
Su mejor propaganda eran sus nuevas memorias: “Les Voleurs”. Algunas frases de este libro seguramente están inspiradas por Balzac, que apreciaba a Vidocq a su manera. En el personaje “Vautrin” de una de sus novelas le levantó un monumento imperecedero.

Los policías de la prefectura vieron en Vidocq una peligrosa competencia. El trataba sin formalidades, rápido y con éxito. No estaba sujeto a la ley. Para él no existía ningún delito que tenía que ser perseguido oficialmente”.
La “Sûretè” intentaba a través de sus agentes provocadores obtener material contra Vidocq. No lo logró. El pretexto para registrar la agencia de Vidocq, instalada en los despachos ampliados en la rue Neuve-St. Eustache, lo dio, por fin, el robo de unas actas relacionadas con la defensa nacional. Vidocq fue detenido, pero, después de un breve arresto provisional, el tribunal sobreseyó la causa.
La agencia ocupó más despachos en la elegante  galería Vivienne. Vidocq amplió su negocio usurero hasta las esferas de la alta sociedad. Uno de sus deudores era el duque de Rohan-Rochefort.
Cuando su alteza no devolvió el dinero, Vidocq presentó el pleito. El perdió el proceso. El poder de la alta sociedad era sólido.
 Al primer choque, siguió un segundo. El prefecto había introducido un agente secreto en la agencia. Se construyó un “caso” para matar a Vidocq. La “Sûretè” le detuvo de nuevo y llevó a su molesto competidor a la siniestra cárcel de la “Conciergerie”.
El proceso empezó un año después de la detención y terminó con un veredicto de culpabilidad: cinco años de prisión y tres mil francos de multa por “usurpación, detención ilegal, chantaje y fraude”. Vidocq había caído en la trampa preparada por los funcionarios de la prefectura. Nadie dudó de su inocencia, pero no se pudo comprobar que todo había sido “fingido”. Pero fue absuelto en el juicio de apelación, que tuvo lugar pocos meses más tarde.
La prefectura no quería aceptar su fracaso: Según la ley un ex forzado podía ser desterrado en cualquier momento de París. De modo que la prefectura, casi medio siglo después de la pasada condena, y un cuarto de siglo después de la cancelación legal de las sentencias, dictó la orden de destierro en contra de Vidocq. Pero bajo la presión de la opinión pública y las indignadas protestas de personas importantes, la fiscalía general suspendió el proceso.
Vidocq volvió a su agencia, daba informaciones, realizaba observaciones y vigilancias y muchos otros encargos. Prestaba dinero, cobraba agiotajes, mantenía casado hacía tiempo, relaciones galantes con damas del teatro y de las salas de baile y publicaba nuevos libros.
En 1845, embarcó hacia Inglaterra para fundar una sucursal en Londres. No logró realizar este proyecto. Se cree que Vidocq se encontró en Londres con Louis Napoleón Bonaparte, que se había escapado de la fortaleza Ham y había logrado pasar el Canal Pd. J. Stead recuerda que el príncipe había podido pasar el puesto de los vigilante sin ser conocido, gracias a una madera que llevaba sobre los hombros, como lo había logrado el forzado Vidocq hacía años en Brest…
En septiembre de 1847 murió la esposa de Vidocq, Fleuride.
En noviembre cerró él su agencia de detectives.
En febrero de 1848, los parisienes levantaron las barricadas. Un nuevo gobierno llegó al poder. Y Vidocq apareció de nuevo en los despachos de la “Sûretè”. Él aceptaba encargos políticos confidenciales, viajaba otra vez a Londres. Se puso en contacto con el pretendiente al trono y envió sus informes secretos al gobierno republicano.
Al principio de 1849 regresó a París. Inmediatamente después, el juez instructor dictó en el Tribunal de la Seine, orden de detención contra él, por haber estafado, disfrazándose de sacerdote, a una dama muy atractiva los “Billets-doux” que le había escrito el duque de Valencey. De nuevo Vidocq fue llevado a la “Conciergerie”, pero después de pocas semanas, fue puesto en libertad. El asunto no siguió adelante.
Desde Debelleyme, ocho prefectos habían ocupado el puesto de director de policía. Muchas pequeñas reformas cambiaban el aspecto en detalles, pero ninguna lo transformó fundamentalmente. Gabriel Delessert dirigía la prefectura desde 1836 hasta principios de 1848, el coronel Rébillor se mantenía como prefecto.
Se acercaba el golpe de Estado. El prefecto de policía de Charlemagne de Maupas era partididario del príncipe Louis Napoleón. Después de la última orden dictada por Napoleón, en la noche del 1 al 2 de diciembre de 1851, Maupas mandaba a los 48 comisarios de los distritos policíacos. Se trataba de funcionarios escogidos por su formalidad… y ninguno se negó a traicionar la constitución. Con misiones cuidadosamente repartidas se ponían a trabajar, 2.133 detenciones ahogaban cualquier resistencia contra el pretendiente al trono en su origen. El imperio había renacido.
Vidocq volvió a su casa, pero una intranquilidad interior que por lo visto no supo dominar, le condujo otra vez a la policía. Realizaba encargos de poca importancia, se ocupaba de investigaciones privadas, especulaba, perdía sumas considerables e intentaba asegurar su sustento con solicitudes por recompensas estatales a los servicios prestados por él.
La consolidación de la política interior reportó también una pausa en el cambio de los jefes de policía.
Desde enero de 1852, hasta marzo de 1858, Joachi Piétri ejerció el cargo de prefecto. Era corso partidario incondicional de Bonaparte.
Louis Napoleón, ahora Napoleón III, limitaba cada vez más la excesiva ampliación de la policía estatal, intentada por Maupas. Quizás se acordara de los cuarenta y ocho funcionarios “fieles a la Constitución” que le habían facilitado el golpe de Estado.
En 1853, toda la administración de policía pasó a la prefectura de Paría. Un año más tarde, siguió el prorrateo en “divisiones” y una intensa especialización de los diferentes ramos. Se montaron comisarías en los departamentos y comisarías centrales en las ciudades más importantes. Un grupo de treinta comisarios formaba la policía de los ferrocarriles.
París contaba con más de 800.000 habitantes. En esta masa humana, que aumentaba continuamente y cuya vida diaria ya mostraba las primeras señales de la época técnica, el anciano Vidocq se perdió casi sin dejar huellas. Sólo poca gente de la que le rodeó en los tiempos pasados, se encontraba de vez en cuando con el hombre que, a pesar de su enfermedad, estaba todavía sorprendentemente robusto. Su vida se volvía cada vez más solitaria.
El 11 de mayo de 1857, murió Eugène François Vidocq, a la edad de ochenta y dos años, después de haber recibido humildemente el sagrado viático, él, que toda su vida había sito ateo. Fue enterrado después en una misa rezada en la iglesia de St. Denis, en el pequeño cementerio de St. Mandé.    
        
   

10 septiembre, 2011

La increíble historia de Eugène François Vidocq. Primera parte.

Una de las gratas sorpresas que me ha brindado la biblioteca de mi universidad, es que entre sus miles de textos se encuentra la obra de Frank Arnau “Historia de la Policía” (Título original: Das Auge Des Gesetzes, Ed. Luis de Caralt, 1968). Mientras más reviso el contenido de este libro, más me convenzo de que es uno del los textos más completos y rigurosos en la descripción de ciertos aspectos fundamentales de la policía criminal.

Uno de los contenidos más interesantes, es el dedicado a la historia de la policía francesa, y en particular, a uno de sus grandes artífices “Eugène François Vidocq”.
Con el debido respeto que me merece la obra referida, dejo en este blog, la primera parte del relato que Frank Arnau construye en torno al místico policía francés:
“Entre las comparsas de la historia había un hombre que un día de lluvia del otoño de 1809 se presentó ante el director del departamento criminal de la policía de Paris, el comisario Henry. Después de vacilar durante largo tiempo, dijo su nombre: Eugène François Vidocq.
Al comisario el nombre le parecía conocido. Vidocq… un hombre con antecedentes penales, un penado que se había escapado repetidas veces.
Él buscaba la protección de la policía, porque había sido amenazado por sus colegas profesionales. En compensación, ofrecía sus servicios. Conocía los bajos fondos con sus más ocultos escondites. Estaba dispuesto a salvar su piel, vendiendo la de los demás.
Al comisario Henry la oferta le parecía interesante. Presentó el caso a su jefe, el conde Dubois. El prefecto estaba de acuerdo.
Con esto el criminal Vidocq se hizo agente secreto de la policía criminal. Existe toda una “literatura” Vidocq. Su vida llena tomos. Algunos los escribió el mismo, otros los hizo escribir.


Vidocq, hijo de un panadero, nació el 24 de julio de 1775, en Arras. Se fue al servicio militar, se lució en Valmy, en una borrachera derribó a puñetazos a su sargento, sirvió bajo  diferentes nombres en otros regimientos, se peleó una y otra vez, luchó bajo el General Dumouriez en Jemmapes, desertó y se escapó del pelotón gracias a una amnistía general.
En 1796 fue a parar a la cárcel por haber excitado a la rebelión, estuvo a punto de ser decapitado en lugar de un aristócrata, se escapó gracias a la amante de un terrorista la cual se había enamorado del él, huyó, se alistó bajo el General Vandamme, fue nombrado oficial, se escapó, huyó tras la frontera, en Bruselas se encontró en mala compañía, descendió hasta llegar a ser un rufián, se probó de fullero, fue detenido, engañó a los gendarmes y se escapó, conoció al atracador Labbe, cuya banda llevaba el nombre “Les chauffeurs” (Los Fogoneros), porque torturabana sus víctimas encima del fuego hasta que éstos descubrían el escondite de sus fortunas y, equipado con papeles falsos bajo el nombre de “Rousseau”, ascendía al rango de un capitán, atacaba con merodeadores los cortijos solitarios y acabó en los bajos fondos de París.
Ganas de pelear, celos e impulsos desenfrenados le condujeron de nuevo a la prisión. Se escapó, fue detenido y llevado al presidio de Bicetre y fue, acusado de todos los crímenes imaginables, enviado a las galeras.

En diciembre de 1798, estaba encadenado por el cuello con dos compañeros del mismo destino, en un transporte de presos hacia el puerto de Brest. Pero, a pesar de una vigilancia rigurosa, logró escapar estando ya en el muelle. Pasó como un cargador más, llevando madera a la altura del hombro, tapándose así la cara entre los centinelas, se abrió paso de pueblo en pueblo hacia la costa, y terminó en la tripulación de un pequeño bote de piratas, que infectaba el Canal de la Mancha. La policía le cogió cuando estaban descargando objetos capturados. En 1805, Vidocq fue llevado para trabajos forzados a un barco de casamatas en Toulon.
Tres meses más tarde volvía a estar de nuevo en libertad.
A esto seguía una vida de vagabundo bajo otro  nombre, detención, fuga, amores. Y al final, empezó una vida sedentaria, estableció una pequeña tienda, hasta que en otoño de 1808 le encontraron unos “viejos conocidos”. Él se negó a formar parte en una “empresa” planificada por ellos. Le amenazaban con denunciarle a gendarmería si no le prestaba su choche comercial, por lo menos durante una noche. Él aceptó.
Cuando volvió el cochecito, mostraba huellas de sangre. Un poco más tarde, circulaba la noticia de que un cochero había sido asesinado.
Vidocq vio el peligro. Sólo descubrió una salida: informar al jefe de la policía criminal y como equivalente por haberle hecho la vista gorda, entrar en servicios de la policía. De este modo Vidocq se volvió espía de la policía.

Eugène François Vidocq

Para no despertar la sospecha de los criminales, se hizo detener por varios delitos. Los demás presos se volvieron comunicativos con él al considerarle compañero de destino. Él poseía una excelente memoria y un oído extraordinariamente fino. Sabía leer las conversaciones en los labios de los demás. Cuando había reunido suficiente material, bastaba una mirada disimulada hacia uno de los funcionarios vigilantes, y el preso Vidocq era llevado con las manos atadas “hacia el interrogatorio”…
 Continuará…


                                                                                                      

05 septiembre, 2011

Los cuatro métodos del conocimiento… ¿Con cuál de ellos se queda la criminalística?

Revisando el interesante trabajo desarrollado por los profesores N. Kerlinger y Howard B. Lee, en su obra “Investigación del Comportamiento, métodos de investigación en ciencias sociales”, encontramos que en su capítulo inicial, los investigadores ilustran los famosos cuatro métodos del conocimiento humano.

En este punto, lo autores  señalan que existen cuatro formas de conocer o de establecer creencias. Nos parece interesante compartir en nuestro blog la visión de estos estudiosos, pues bien, por elementales que parezcan, a veces la rutina investigativa del crimen, el estrés por resolver un delito, la presión pública, o las obstinaciones personales, pueden jugar una mala pasada al detective o investigador criminalista. Por lo anterior, es que compartimos con ustedes, la definición de los cuatro métodos antes referidos.

El primero, es el método de la tenacidad, al decir de los autores, bajo este paradigma de conocimiento, la gente tiende a sostener firmemente la verdad, la cual se asume como cierta debido a su apego a ella y a que siempre la han considerado como verdadera y real. La frecuente repetición de tales “verdades” parece aumentar su validez. A menudo la gente se aferra a sus creencias aun frente a hechos que claramente están en conflicto con ellas. Además, infieren “nuevo” conocimiento a partir de proposiciones que pueden ser falsas.

El segundo corresponde al método de la autoridad, de modo sencillo el texto lo señala a modo de ejemplo: “Si un notable físico dice que hay un Dios, lo hay”. “Si la Biblia lo dice, así es”. En resumen, si una idea cuenta con el peso de la tradición y la sanción pública  para apoyarla, entonces es así.

El método de la intuición o a priori, esta forma de conocer basa su superioridad en el supuesto de que las proposiciones aceptadas por el “a priorista” son por sí mismas evidentes. La idea parece ser que la gente a través de la comunicación y trato libres puede alcanzar la verdad porque sus inclinaciones naturales tienden hacia ellas. La dificultad de esta postura es que la expresión “concuerda con la razón”, no esclarece la “razón” de quien. ¿Quién está en lo correcto? Si algo es patente para muchas personas ¿significa que en realidad lo sea?

El cuarto método es el de la ciencia, de modo ejemplar, la obra cita textual a Charles Sanders Peirce quien indica:

“Para satisfacer nuestras dudas…, por lo tanto, es necesario encontrar un método por el que nuestras creencias se determinen no a partir de algo humano, sino por algo con permanencia externa, por algo que nuestro pensamiento no pudiera afectar… El método debe ser tal que la conclusión última de todo hombre fuera a misma. Éste es e método de la ciencia. Su hipótesis fundamental es: hay cosas reales cuyas características son totalmente independientes de nuestra opinión acerca de ellas…”

La ciencia en su método, incorpora autocorrección, objetividad y sobre todo, un persistente anclaje a la realidad, de más está agregar que la criminalística, en su carácter de ciencia auxiliar del derecho penal, no debe olvidar jamás su génesis científica, su apego a la estricta realidad, a su desafección a lo no comprobable, a lo metafísico y a las creencias populares, lo que sin lugar a dudas, nos llevara a optar siempre por la rigurosidad fáctica que nos ofrece el conocer un crimen a través del siempre meridiano prisma de la ciencia.   

01 septiembre, 2011

Quillota en la historia criminalística. El legado del detective René Vergara.

René Vergara es sin lugar a dudas uno de los mejores detectives de la historia de Chile, el pretérito Subprefecto, creador y primer jefe operativo de la Brigada de Homicidios Metropolitana, fue quizás el primer policía científico del país. Sin embargo, no sólo ese aspecto de su vida constituye ya un gran mérito, sino que por el contrario, existen una serie de facetas de su biografía  que son totalmente sorprendentes para la época de su desarrollo policial. En la década de los 60’ fue uno de los principales exponentes de la literatura policial en Chile, estudió periodismo, leyes y cursó un semestre en la policía metropolitana de Londres, más conocida como Scotland Yard, de la mano del médico criminalista Luis Sandoval Smart consolidó el método científico en la investigación del delito de homicidio en nuestro país, asesoró investigaciones criminales en contra de políticos latinoamericanos y con todo, no desperdició un día de su vida en  su más grande anhelo: descubrir y entender el origen del fenómeno delictual.

En esa búsqueda, René Vergara llegó a Quillota, capital de la Provincia del mismo nombre, en la V Región de Valparaíso, zona central de Chile. En su libro “Taxi para el insomnio” el año 1971, el detective describe uno de los casos más espeluznantes de su carrera: “El decapitado de Quillota”.

En este relato verídico, en forma de cuento, el autor divaga sobre la idiosincrasia de una ciudad tranquila, señalando que “… Quillota es un pueblo de viejos apacibles, de aquellos que anclaron en el menor esfuerzo para hacer más largo el existir y de los que buscan un lugar tranquilo para desventurarse (sic) y, niños sanos…//. De ahí la sorpresa de este sagaz policía al encontrar en dicho “pueblo” uno de los más horrendos crímenes que investigó en su carrera.

La parte central del relato inicia con un texto escalofriante: “Quillota vegetal, es naturalmente, antípoda al crimen. Sin embargo… Una cabeza de un hombre mal cortado, tumefacta, húmeda, con el ojo derecho cerrado y el párpado roto, rojinegra, ubicada sobre césped también húmedo, salpicado de rubíes en el medio de un manchón de claveles blancos del antejardín de la casa del dentista Maldonado, tenía paralizado el escaso tránsito de vehículos la mañana del segundo domingo de marzo de 1948 en calle Merced…”. ¿Quién era la víctima?, ¿quién lo asesinó?, ¿cómo?, ¿por qué? y ¿cuándo?, fueron algunas, de las muchas preguntas que el equipo investigador de la Brigada de Homicidios Metropolitana tuvo que intentar resolver.

En la pesquisa don René Vergara comenta al lector: “Todo oficio es acumulación de experiencias, hombres tratando de usar los mejores conocimientos para abreviar faenas. En policía criminal siempre hay urgencia mayor, porque se teme a la reincidencia. Un criminal suelto es peligro cierto. La lentitud con que se trabajan  los sitios del suceso es engañosa: no pasa de  ser toma de conciencia profesional y elección del camino a seguir”. Fue así, como luego de analizar el sitio del suceso, determinaron que la víctima de aquel macabro crimen era Luis Alberto Ogaz, jardinero de aquella casa, ya convertida en una lóbrega escena del crimen. Las indagaciones de los detectives fueron incesantes, de un modo lógico y totalmente objetivo fueron uniendo cabos, construyendo hipótesis y experimentado con la evidencia encontrada. Necesitaban rápidamente justificar su presencia en Quillota, habían sido requeridos como expertos y debían dar fe de aquello.

Y no decepcionaron, ni a la pequeña ciudad provinciana ni a sus superiores capitalinos, toda vez que luego de un breve periodo, lograron establecer que los gustos homosexuales del jardinero y su estadía solitaria en la casa de sus patrones, fueron tan sólo el inicio de una tétrica historia.

Luis Alberto Ogaz, aprovechando que el domicilio donde trabajaba se encontraba sin sus habituales moradores, salió a recorrer el centro de la comuna en busca de compañía sentimental, fue así que estableció una fugaz relación de amistad con un joven de apenas 22 años que deambulaba por el sector. Lo invitó a comer, bebieron y luego lo atrajo al inmueble de calle Merced. Una vez en el lugar, intentó seducir al joven muchacho, quien acorralado le confesó que sólo quería algo de dinero y comida, sin tener ninguna intención amorosa, pero el jardinero no conforme con aquella protesta, ya un tanto desesperada, lo amenazó sutilmente con sus conocimientos de artes marciales y luego lo tomó a la fuerza y ya entre sus brazos le dijo que quería “hacerlo su novia”, no obstante, fue en ese preciso instante que el lascivo sujeto cayó al piso iniciándose un mortal forcejeo entre ambos, culminando al momento que el muchacho logró asir una botella de vino, para a continuación golpear en la cabeza a su agresor.

El relato continúa y las palabras del policía alcanzan su tono más crudo, al señalar que luego de aquella pelea: “… lo golpeó en la cabeza. Con un cortaplumas lo hirió en el pecho, subió la mano al cuello y empezó a herir y cortar. Cambió el cortaplumas por un cuchillo de cocina y siguió empecinado en su tarea de improvisado carnicero enloquecido: lloraba y transpiraba, se ahogaba entre vómitos y nervios desatados. Hizo rodar, una y otra vez, la masa de sangre y carne y siguió cortando con frenesí: no quería verle la cara y lo puso boca abajo, hasta que por fin logró separar la cabeza del tronco...//.

Aquel muchacho - señala Vergara - no volvería a ir solo por ningún camino, ni siquiera rumbo al sueño ni en el sueño. Acostaría su tensión, la fatiga, el miedo, el horror… y hasta los recuerdos, pero siempre le sobraría una cabeza…







                                                                         René Vergara